Aldeas de piedra

shinhy_flakes

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Miron
Bakala
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El mundo es un lugar pequeño: deberías echarle un vistazo alguna vez. La mayoría de los países son hermosos, y varios viajeros astutos suelen dar con algunos tesoros culturales escondidos. Pero ten cuidado: si te adentras mucho en la intemperie, en zonas con escasa población, puede que llegues a toparte con una pequeña y pintoresca aldea, cuyas casas parecen haber sido construidas a partir de una misma y enorme piedra negra.
Si esto te ocurre, no te tomes la molestia de revisar tu mapa; tu mapa está bien, y no te equivocaste al seguirlo. Se han registrado avistamientos de villas de piedra en Marruecos, Nueva Zelanda, Honduras, Fiyi, Nuevo México, Misisipi y Filipinas, por nombrar algunos. Testimonios de los sobrevivientes no dicen que son estos asentamientos, de dónde vienen, ni su antigüedad.
La primera mención en texto de estas aldeas proviene de la actual Eslovenia, y data del año 343 d.C., aproximadamente. Fue escrito, al parecer, por seis monjes que habían salido a cartografiar el campo. Solo uno de ellos regresó. Aún así, es muy probable que sean aún más antiguas. No se tiene registro del lenguaje de los aldeanos. Textos que hablan sobre su cultura y religión varían mucho de uno a otro, a pesar de que, al parecer, todos comparten prácticas y costumbres casi idénticas. La única información que siempre es constante entre todos los testimonios, lo cual la convierte en la única información confiable, es la serie de pasos que debes seguir para poder abandonar la villa una vez que la hayas encontrado. Estos registros proceden de diversos casos; algunos de viajeros solitarios, y otros, de grupos de expedición.
Las instrucciones son las siguientes:
Si has divisado la aldea, notado sus extrañas paredes volcánicas, incluso desde muy lejos, ya has cruzado el umbral hacia el interior del territorio: ahora eres un visitante. No intentes darte la vuelta. Alguien que te pudiese estar observando podría considerar eso como una falta de respeto, y alguien siempre te estará observando. Si de todas formas prefieres girarte e irte, no llegarás lejos. Acércate al pueblo tan casual como te sea posible.
Una guía te estará esperando a orillas del asentamiento, donde yacen granjas y molinos en las colinas o valles cercanos. La guía te dará una cálida bienvenida en la lengua oficial del país en el que te encuentres. Muy probablemente, ella será la única en la aldea que hable algún idioma que puedas entender. Si crees en algún dios o entidad superior, reza porque sí sea la única. Ella te ofrecerá un tour por el lugar. Acepta. Si no hablas la lengua del país, asiente educadamente. Aceptar el tour te otorgará protección, y te permitirá caminar con libertad por el sitio. Ahora eres un invitado.
Siéntete libre de explorar; no verás ningún lugar como ese en el mundo. Aprecia la arquitectura hasta el último detalle. Las paredes y puertas de cada casa de piedra han sido talladas diligentemente, creando ángulos y curvas que te quitarán el aliento. Algunas marcas han sido escritas en un lenguaje desconocido. Comparaciones de estos jeroglíficos abarcan desde los mayas hasta los sumerios y la antigua Corea. De más está decir que no pertenecen a ninguna de estas culturas. Algunos testimonios claman que, si observas la extraña escritura por mucho tiempo, puede que llegues a entender un poco de lo que dice, como si reconstruyera un ancestral recuerdo en tu mente.
También puedes optar por pedirle a tu guía una traducción, pero te advierto: el texto fue tallado por profetas, y no todos nacieron para escuchar las palabras de los dioses.
Podrás encontrar murales que representan guerras masivas, vastos paisajes, y dioses descendiendo; las caras de piedra en estas imágenes expresarán más emociones de las que puedas imaginar, y entenderás siglos de historia con un solo vistazo. Si el mural que observas es uno de los dioses, no los mires a los ojos.
Mientras avanzas por el tour, tu guía te irá conduciendo hacia la plaza principal; la plaza contiene el templo, la posada y el salón del festival. No hay descripciones disponibles de dichos edificios, pero rumores cuentan que los sobrevivientes murmuraban sobre la belleza de estas edificaciones por mucho tiempo, incluso durante sus lechos de muerte.
La plaza también estará a rebosar con aldeanos, comprando y vendiendo todo tipo de mercancías. Podrás conocerlos después. Por ahora, lo que importa es lo que está en el centro: una extraña estatua por la que te sentirás extrañamente atraído o atraída. Mide alrededor de quince metros de alto. Te parecerá inquietante, siniestra, pero al igual que con una palabra que no puedes recordar, no podrás describir ninguna característica de la escultura. Su imagen se quedará y rondará por las esquinas de tu mente cada que intentes acercártele. Para ese punto, estarás abrumado con curiosidad y frustración; nada será tan necesario de comprender como la estatua. Sin embargo, habrás despertado algo.
Puedes preguntarle a tu guía cualquier cosa sobre la aldea, y ella tendrá una respuesta para ti. No obstante, sin importar cuanto te carcoma la cordura, no debes hacerle ninguna pregunta referente a la estatua central. Si logras contener tu curiosidad, la guía te llevará con los aldeanos, quienes te saludarán en su lengua con marcado entusiasmo y enfáticos aplausos. Los vendedores te ofrecerán todo tipo de fruta fresca, jugosa y perfectamente madura. Adelante, puedes tomar algunas si quieres; no están envenenadas, y lo más importante: están deliciosas.
Ya sea que aceptes lo que te ofrecen o no, cada habitante por el que vayas pasando se formará tras de ti, cantando y formando una sola línea. Esta es la procesión del invitado, y es una celebración profundamente espiritual por tu llegada. Entre más gente se una a la línea de alabanzas, puede que empieces a escuchar llantos, gritos, risas, ecos antinaturales y sonidos aún más inhumanos, mezclados entre el ahora disonante cántico. No perturbes el ritual, no importa lo que escuches: no debes mirar hacia atrás.
La última persona que te espera en la plaza es el sumo sacerdote. Salúdalo con educación; después de todo, te honra con su hospitalidad. Puede que solo te responda con una sonrisa y un gesto de bienvenida. Si es el caso, agradece al dios que te está protegiendo. De otra forma... bueno, escucharás su suave voz dándote la bienvenida en tu propia lengua natal, no importa cual sea. No debes ver al sacerdote después de que lo hayas saludado, ni tampoco muestres ninguna emoción cuando de repente empiece a hablar en tu idioma.
El gran sacerdote te empezará a formular varias preguntas sobre la fe, compromisos y sacrificio; preguntas sobre ti, de tu vida, de las cuales puede que ni siquiera tú conozcas las respuestas. En el extraño caso de que hayas llegado en grupo a la villa, el sacerdote solo hablará con uno de ustedes. Debes contestar de la forma más honesta que te sea posible. Si contestas alguna de las cuestiones con el más ligero rastro de duda, o no eres del todo sincero, entonces, el sacerdote exclamará en un tono agradable, pero reprensivo: "A los dioses no les gusta que les mientan".
A partir de ahí, los textos varían sobre que es lo que ocurrirá. Algunos sugieren que el hereje es canibalizado al instante. Otros cuentan que será arrastrado al interior del templo, mientras grita y patalea. No hay ningún registro ni descripciones del interior del templo.
Si el sacerdote queda satisfecho con tus respuestas, te invitará a pasar la noche en la aldea, declarando que en esa misma fecha se celebra "el festival del mecenazgo", y que los mismos dioses honrarás a la villa con su visita. Debes intentar rechazar la oferta: piensa en alguien o en algo que realmente ames. Mira al sacerdote a los ojos, y exclama con firmeza lo siguiente: "Me temo que tengo mi propio propósito al cual servir". Debes decirlo con completa honestidad. Puedes pensar en tu religión, un amigo, o amante; tu carrera, tu arte. Cualquier cosa, mientras sea algo por lo cual estás dispuesto a dedicarle tu vida. Si contestaste con sinceridad, el sacerdote asentirá con la cabeza, comprensivo, y te deseará suerte para el camino.
No obstante, si eres una persona que no ama nada ni a nadie con pasión, pronto te darás cuenta de eso.
En este caso, el sacerdote esbozará una sonrisa y dirá: "Por favor, concédenos la noche, por los dioses. Acepta la oferta". No te lo pedirá una tercera vez. Por más raro que parezca, el pueblo cuenta con una posada, y serás llevado a su habitación más lujosa: las paredes del interior estarán talladas elegantemente, la cama cubierta con finas sábana, y la linterna, fabricada con un hermoso vidrio. Cierra la puerta y ponte cómodo. Más tarde, esa misma noche, escucharás une hermosa pero inquietante música provenir de afuera, a la par de que unas fascinantes luces entrarán por tu ventana.
No te asomes al exterior, permanece en tu cuarto. Nadie irá por ti, y no sufrirás ningún mal. Se recomienda que lleves un libro contigo y te pongas a leerlo en ese momento. Bajo ninguna circunstancia asistas al festival. Si no te has ido a la cama para cuando la música haya cesado, hazlo en ese mismo instante. Apaga la linterna y cierra las cortinas. Asegúrate de que tu puerta esté bien cerrada. A partir de ese momento y hasta que salga el sol, debes guardar silencio. Los dioses están de visita.
Si todo sale bien y llegas hasta el amanecer sin llamar la atención, serás libre de irte.
Los pueblerinos te estarán esperando en la plaza, y se despedirán de ti silenciosamente. Sus rostros portarán unas sonrisas rígidas, para nada como las que te ofrecieron en tu llegada. El gran sacerdote te escoltará hasta el punto donde viste la aldea por primera vez, e incluso puede que te dé un regalo de despedida: puede ser un pequeño pendiente en forma de jeroglífico, o tal vez, el diente de una criatura sin identificar. Agradécele su hospitalidad y márchate. La aldea no se habrá movido de lugar durante tu estadía, así que puedes seguir tu mapa como de costumbre. Una vez que te hayas ido, es mejor que no te des la vuelta. Puede que insistan a que te quedes un poco más.
Quizá sea lo mejor que, a partir de entonces, evites salir de viaje a zonas alejadas de la civilización. Las aldeas de piedra siempre se están moviendo, y nadie se va de ellas por segunda vez.
 
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