Abadia final

shinhy_flakes

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Miron
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Hoy, nuestro mundo está inundado por casos en los que muchos niños son usados, violados, mutilados, asesinados, por los deseos sexuales de adultos que no podrían ser considerados como humanos, sino como seres demoníacos que no merecerían misericordia.

Todos juzgan a los pedófilos, todos los condenan. “Merecen la muerte”, “merecen ser destrozados vivos”, “Deberían castrarlos sin anestesia”, “Hay que meterlos en ácido”, son los comentarios en las redes sociales.

Yo ya no comparto esas opiniones. He visto lo que pasará con ellos y me ha dejado traumatizado. He visto las consecuencias de la bajeza más vil de la que es capaz un ser humano: la pedofilia.

Por cuestiones propias de mi naturaleza humana cometí pecados, comunes, caí en algunas perversiones que no llegaron a ser tan viles como la pedofilia, pero que me dejaron un vacío en el alma.

Decidí volver al camino de la luz, ahora estoy tratando de seguir un punto luminoso en el horizonte y alejarme de la oscuridad de mi propio ser.

Hoy, rezo todos los días, no me he vuelto un mojigato, y no soy un hipócrita, solamente estoy arrepentido y trato de no cometer los mismos errores. Estoy aprendiendo a no juzgar, a perdonar. Y una de las cosas que no podía perdonar era a los pedófilos.

Pedí una respuesta a la fuerza creadora que funge como un Gran Arquitecto en nuestro universo. ¿Por qué permite que se sigan cometiendo atrocidades contra los niños sin que haya un castigo suficientemente ejemplar? Muchas fueron las ocasiones en las que cuestionaba esto. Muchas las veces que exigí un castigo para todos ellos.

No recibía una respuesta y mi indignación y mi ira iban en aumento. Las sutilezas son perfectas para comunicar cosas terribles. Fue tan solo un sueño que no podré borrar de mi mente.

Me hallaba en un lugar inhóspito, oscuro y deprimente. Un cielo nocturno rojizo iluminaba el lugar. Un llano cercado por una pequeña cordillera de roca desnuda y rojiza. No hacía ni frío ni calor. El suelo era agreste y rocoso no había ni una señal de vida, ni vegetal ni animal.

No sabía lo que hacía en ese lugar, pero se me reveló que debía esperar. Una voz interna que no me pertenecía me indicaba que esperara mirando hacia arriba.

Pasaron solo unos momentos y del cielo descendieron unos cilindros vacíos de color marrón rojizo, el exterior estaba agrietado al igual que el interior, nunca sabré de qué material eran. Cayeron con cierta velocidad y fueron depositados de manera vertical en el suelo por una fuerza invisible. Eran muchos cilindros de aproximadamente un metro y medio de diámetro por más de dos metros de altura y se extendían por casi todo el paraje aquel.

Desde el cielo descendieron también unas figuras humanas, al parecer estaban desnudas, pero no fui capaz de distinguir el sexo de ninguna. Estaban de cabeza y su cuerpo estaba rígido, con las manos hacia los costados y totalmente pegadas al cuerpo, sus piernas estaban extendidas, juntas y los pies estaban muy extendidos, como los pies de las bailarinas de ballet cuando saltan o se elevan sobre sí mismas. Los cuerpos se arqueaban ligeramente hacia atrás de tan rígidos que se encontraban.

Todos aquellos seres cayeron, mejor dicho, fueron depositados así, de cabeza, dentro de los cilindros. Los cilindros se volvieron traslúcidos y luego transparentes.

Pude ver perfectamente los cuerpos con la cabeza en el suelo, ligeramente inclinados para que los pies se apoyaran en las paredes de los cilindros que ahora eran más bien urnas.

No entendía lo que estaba viendo hasta que un ser, que me resultaba extrañamente familiar y del que no puedo recordar su aspecto, me indicó con una voz que no era audible, sino que entraba directo en mi mente, que mirara atentamente lo que iba a suceder. Comprendí que ese ser me había estado acompañando desde el principio pero que no me había sido revelado hasta ese momento.

Del suelo aquel y dentro de las urnas comenzó a emerger una barra cilíndrica de un metal desconocido. La barra surgía del suelo lentamente a tan solo unos diez o quince centímetros de la cabeza de aquellas figuras humanas que permanecían rígidas, con la cabeza en el suelo y los pies apoyados en las paredes de aquel extraño contenedor.

La barra terminó de emerger llegando a una altura similar a la de los cilindros.

Mientras yo veía todo aquellos, mil preguntas rondaban mi mente y el mensaje de mi acompañante, mi guía, pude deducir luego, me pedía paciencia.


La barra comenzó a calentarse, la voz en mi cabeza me iba dando la información mientras yo miraba desconcertado.

La barra se calentaría a más de mil grados Celsius o Centígrados, mientras al pedófilo, quien estaba consciente, aunque paralizado, se le iba quemando la cabeza y el cuerpo por completo.

La escena era muy perturbadora, la barra iba quedando al rojo vivo mientras el condenado podía sentir cómo el calor intenso le derretía la piel, los ojos al principio se le desorbitaban e inmediatamente se derretían, lo mismo que le sucedería al cerebro, aunque más lentamente. La carne se iba tostando y secando lentamente. Los cuerpos seguían inmóviles, no se oía ni un grito, ni un gemido de dolor, pero podía sentirse su sufrimiento en el tormento más terrible que hubiera podido imaginar.No pude soportar esas visiones, la voz de mi guía me decía: “Tu pregunta ha sido respondida, este es el castigo. Sufrirá hasta la propia destrucción de su alma.”

Yo caí de rodillas y supliqué piedad por ellos, era tan horrible que pedí piedad para su sufrimiento, pude ver que el Abad, señor de aquel territorio de tormento, me miraba con desconcierto al principio y con compasión después. Pude ver cómo uno de los condenados se desmoronó carbonizado y sus restos se elevaron a la atmósfera donde fueron dispersados.

De repente fui liberado de mi visión y desperté con un tremendo dolor en mi corazón y en mi alma y oré pidiendo clemencia al cielo para esos pecadores, y para mí mismo por cuestionar la voluntad divina.

Hoy, vivo con la visión de esos condenados siendo castigados en aquella Abadía Final y con la frase "Destrucción de su alma" repitiéndose sin cesar en mi cabeza. Y me pregunto cuál será el escarmiento reservado para aquellos otros pecadores; pido perdón por ellos y pido perdón por mí. Porque existe en mi pasado mucho por lo que podría de ser castigado severamente.
 
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