El viaje (Completo)

shinhy_flakes

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Miron
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NOTA: Esto es solo para recopilar la historia en una sola.
Se acabó. No lo soporto más. He tomado una decisión, y voy a seguirla hasta las últimas consecuencias. Escribo esto por varios motivos. Primero, no estoy loca. No lo estoy. Trato de convencerme a mí misma de que no es así. Segundo, si fallo… si fracaso, tengo la esperanza de que alguien encuentre y lea esto, y se entere de la verdad. Finalmente, si triunfo, será una disculpa, una explicación de mis razones.
Lo que me espere después, no me importa. ¿Cárcel? ¿Manicomio? Cualquier cosa será preferible a pasar una noche más, un instante más junto a ella. O junto a eso. Lo que sea en lo que se haya convertido. Ahora duerme, acaba de comer, así que creo que tendré suficiente tiempo para terminar. Estoy plenamente convencida de que ya no es humana. Y pido por su alma, donde quiera que se encuentre, así como espero que alguien pida por la mía.
¡Dios! ¡El terror, el Infierno que he vivido!
Todo comenzó hace poco más de un mes. Yo acababa de terminar la Universidad, Eva había sido mi pareja durante 6 años, así que la conocía perfecto. Es por eso que me llena de rabia no haber notado antes que algo andaba mal… Me contó acerca de un “viaje de descubrimiento espiritual” que un amigo le había recomendado. Ninguna de las dos teníamos por el momento ninguna obligación, así que acepté con tal de darle gusto. Ella siempre se había interesado por todo lo metafísico y esotérico. Decía que un viaje de esa índole podía acercarnos de una manera “cósmica”.
Casi sonrío al recordar tamaña estupidez.
Como sea, planificamos el recorrido, todo un trayecto difícil hacia un pueblito en medio de la nada, bastante más allá de la sierra, internado en una zona boscosa y agreste, y alejado de toda comodidad citadina. No había televisión ni radio. Ni siquiera los malditos celulares tenían cobertura, ni hablar de internet.
Nos recibió una vieja curandera, con más aspecto de bruja que de “guía espiritual”, asegurándonos que estábamos “a punto de tener una auténtica conexión con el Universo”. Los misterios más profundos de nuestro ser, nos serían totalmente revelados, adquiriríamos una nueva conciencia, una perspectiva más amplia de todo. Una epifanía. ¡Basura!
Yo me sentía más cansada que otra cosa, después del ajetreado viaje y los preparativos, pero Eva estaba feliz, terriblemente emocionada, y me rogó que diéramos comienzo al “ritual” de inmediato, esa misma noche.
Cuando llegó el momento, y sin mucha ceremonia, la anciana nos llevó a una especie de ciénega, o pozo de agua pantanosa, iluminada levemente sólo por las llamas de una fogata que unos tipos de aspecto nada confiable se ocupaban de avivar. Nos instó a que nos quitáramos la ropa, y que nos sumergiéramos en las turbias aguas que teníamos enfrente.
Yo miraba desconfiada a los hombres que se encontraban a tan sólo algunos metros de nosotras, pero Eva no lo pensó dos veces, se desnudó y se metió al agua.
Al ver que yo dudaba, me animó, llamándome: “¡Angie!”, mientras juntaba sus manos en actitud de ruego, e inclinaba un poco su cabeza hacia la derecha, haciéndome ese gesto de puchero con el cual ella sabía que yo no le podía negar nada. Di un hondo suspiro, y despojándome de mis prendas, me deslicé silenciosa y resignadamente en el agua junto a ella, lanzando una última mirada recelosa hacia atrás, procurando quedar oculta por los árboles que nos rodeaban.
El resto… es algo confuso.
La vieja nos dio a comer algo, una especie de durazno seco y amargo que nos dijo que colocáramos bajo la lengua. Después de unos instantes, y cuando sentía la boca adormecida y con un leve hormigueo, comenzó a canturrear una tonada en un extraño dialecto gutural y mezclado con alguna clase de aullidos que me erizaron aún más la piel, mientras nos sumergía completamente en las heladas y obscuras aguas.
Lo último que vi, fue a Eva hundiéndose con una sonrisa y un poco de temor reflejado en los ojos, con el reflejo de una luna extrañamente rojiza que se ocultaba lentamente detrás de un manto de nubes negras. “¡Te amo!” alcanzó a murmurar, antes de ser cubierta totalmente por la obscuridad del pantano.
Tuve muchas visiones, nada en concreto, o nada que pueda recordar con claridad, excepto una: Me encontraba en medio de un desierto, iluminado por la luz plomiza de un Sol pálido y mortecino que alumbraba tenuemente un grupo de criaturas antropomorfas que, a unos metros de donde me encontraba, se entretenían en roer los huesos de alguna especie de animal grande. Había estrellas cayendo con un quejido e impactándose contra el resquebrajado y árido suelo. Una de ellas, cayó cerca de donde estaban esos seres, quienes voltearon sobresaltados, pero sin haberse dado cuenta de mi presencia todavía.
Al apartarse un poco de su presa, pude darme cuenta de que lo que devoraban, era un ser humano, tras lo cual lancé un pequeño grito que se escurrió como agua de mis labios tiñendo de un color púrpura la tierra dura bajo mis pies.
Uno de esas cosas, una hembra a juzgar por sus formas, lanzó un gruñido y levantó su vista hacia mí. Se me acercó con rapidez, salvando ágilmente la corta distancia que nos separaba, y comenzó a olfatearme, primero los muslos, subiendo lentamente por mi vientre hasta mi pecho, y terminando en mi cabello. Emitió un leve gruñido de satisfacción y sonrió de una manera tan atroz, que sentí el suelo desvanecerse bajo mis pies y caí pesadamente, completamente en pánico.
Dio un chasquido con la lengua –muy larga, de una tonalidad negruzca con manchas rosáceas- y los otros seres se levantaron y comenzaron a correr hacía mi. Yo pegué un alarido tan intenso, que todo a mi alrededor se tiñó de púrpura, y me vi envuelta en llamas violáceas que lo consumieron todo.
Después, nada.
Sólo silencio y una obscuridad aterciopelada.
Cuando desperté, no estaba segura de lo que había sucedido. La cabeza me daba vueltas, y mis labios estaban tan resecos que se habían llenado de pequeñas cuarteaduras. Me ardía la piel, y tenía el cuerpo completamente lleno de moretones y rasguños.
Era ya de día, y los rayos del Sol caían pesadamente sobre mí a través de las escasas ramas de los tristes árboles que circundaban la zona. Cuando logré tomar conciencia del lugar en el que me encontraba, intenté ponerme de pie. Avancé, tambaleante, por el sendero que conducía de la ciénega hacia el campamento y busqué desesperadamente mis ropas. Ni de ellas ni de Eva había el menor rastro.
El corazón me dio un vuelco en el pecho al darme cuenta de que Eva no estaba, me invadió un vértigo tan atroz que por poco me derrumba. Me sentía completamente aterrada, sola, desamparada, perdida en medio de la nada. Mis manos me temblaban y las lágrimas manaban copiosamente por mis mejillas, escurriéndose por mi cuello y nublándome la vista. Lo único que pude hacer, fue llamarla a gritos, pero no hubo respuesta. Pensé lo peor, secuestro, trata de personas, tráfico de órganos, mil ideas se agolpaban en mi cabeza y hacían fluir la adrenalina. Como pude traté de cubrirme la desnudez con algunas ramas y me dispuse a tratar de encontrar el camino que llevaba hacia el pueblo.

Apenas había avanzado un centenar de metros cuando vi algo que me paralizó: la ropa de Eva, la que se había quitado al comenzar el ritual, yacía en el suelo, en parte hecha jirones y manchada con sangre, ya seca.
Me sentí morir, la tierra desapareció bajo mis pies y caí, rompiendo en llanto, presa de la más absoluta desesperación.
Se me vinieron a la mente un cúmulo de imágenes de ella… sonriente, abrazándome, besándome… Y al final, me la imaginé muerta, asesinada vilmente. Sentía que el corazón me iba a explotar de dolor, y lancé al cielo un grito desgarrador. Nuevamente, todo se obscureció frente a mí, y al menos por un instante, dejé de sufrir.
Me desmayé.
Como producto de una fiebre repentina, tuve visiones de Eva. Siempre de Eva. Llenando mi mundo. Juntas. Tomadas de la mano. Felices. Y, sin embargo, podía percibir que algo siniestro rondaba, acechándome como una bestia a su presa. Un terror sin nombre, e incorpóreo, flotaba en el aire, envolviendo mis sueños en una neblina de pesadillas. El miedo me invadió cuando Eva lanzó una carcajada, y se esfumó de mi lado. Corrí tan deprisa como mis piernas me lo permitieron, llamándola en medio de mi loca huida. Llorando. Suplicando. De repente, unas garras con una fuerza descomunal me sacudieron con violencia por los hombros, y me vi lanzada por los aires, yendo a caer directamente en las fauces abiertas de una monstruosa criatura aforme, surgida de desconocidos abismos. Con un alarido, me desperté bruscamente.
Eva estaba sonriente, junto a mí.
-¿Qué sucede, cariño? ¡Parece que hubieras visto un monstruo!- me dijo, con una sonrisa traviesa.
-Eva… ¡Eva! ¿Estoy soñando todavía? ¡Por Dios, dime que no es un sueño!- dije, entre lágrimas.
La cara de Eva denotó sorpresa y preocupación.
-Angie, ¿qué tienes?, ¿qué pasa? ¡Mírame! ¡Tranquilízate, por favor!- comencé a sollozar y ella me rodeó con sus brazos al verme que lloraba sin control y estaba temblorosa como una hoja.
-¡Eva, tenía tanto miedo! ¿Dónde estabas? ¿Dónde está esa desgraciada vieja?
-Angie… me estás asustando. ¿De qué hablas? Estábamos en el pueblo, tu dormías… ¡Tú eres la que se había perdido! Me tenías tan angustiada… ¿Qué es lo que pasó? ¿Qué recuerdas?
-Nada, yo… estábamos en el agua… y… tuve pesadillas… ¡horrendas pesadillas! Vi monstruos, criaturas asquerosas, ¡y cuando desperté no estabas! Yo estaba sola a orillas del pantano… Dios, me duele todo- dije, y me acomodé en su regazo. Ella acarició mi frente con ternura y me dio un beso.
-A ver, cariño… Lo primero que hay que hacer, es ponerte algo de ropa. No es de señoritas decentes andar corriendo desnudas por ahí, ¿sabes?
Ella se veía tan normal. Tan fresca como si nada hubiera pasado. Se había puesto ropa limpia y traía consigo una pequeña mochila, de la que sacó algunas prendas que me ayudó a ponerme. Yo me sentía débil, y profundamente perturbada aún.
Aún nos quedamos tiradas en el suelo un tiempo indefinido. De repente, cambió de expresión, y me dijo:
-Es mejor que nos vayamos. Pronto caerá la tarde y por aquí obscurece más temprano. No conocemos bien la zona, y puede ser peligroso. Anda, levántate. Yo te ayudo- me sonrió.
-Pero… pero…
-Pero nada, cielo. Anda. Haz lo que te digo.
Estaba confundida y con un sopor producto del desgaste emocional del cual había sido presa poco antes. No le discutí más. Nos levantamos y comenzamos a caminar.
Durante el trayecto, pude notar que Eva se veía… diferente. Llena de energía. Su paso era firme y decidido, incluso iba canturreando algo, dando pequeños grititos y haciendo ruiditos de satisfacción. De vez en vez, volteaba a su alrededor, como buscando algo. Cuando notaba que la veía fijamente, sólo sonreía y me hacía guiños con los ojos.
El camino hacia el pueblito fue largo, una caminata mayor de la que recordaba. Me daba la impresión de que habíamos rodeado mucho más de lo necesario, pero Eva aseguraba que así era mejor. Me daba la impresión de que conocía los alrededores mejor de lo que decía. Pero ¿cómo era eso posible?
Cuando finalmente llegamos, mis pies estaban tan hinchados que sentía que hervían y que reventarían en cualquier momento. Mi primera sensación fue de inquietud. Un tremendo presagio me hacía mantenerme alerta. El instinto, o quizá el sexto sentido, me decía que algo no andaba nada bien.
Por principio de cuentas, no había nadie. Absolutamente nadie. Las casas estaban vacías, y se notaba a leguas que había pasado algo. Algunos muebles fuera de su lugar. Parecía como si hubieran partido con grandes prisas. Le comenté a Eva lo raro del asunto, ella solo se encogió de hombros y comentó que poco antes de que ella saliera a buscarme, todos se habían ido al monte, a celebrar alguna especie de festividad propia de la región. Su respuesta parecía… algo que se hubiera sacado de la manga. Pero como no tenía razones para mentirme, le creí.
Juntamos nuestras cosas –no eran muchas- y nos dirigimos hacia la camioneta. Eva jamás manejaba, pero me pidió hacerlo. “Te ves cansada” explicó. Le di las llaves, nos subimos y emprendimos el camino de regreso a casa. Nuevamente, Eva se veía extraña. Con una especie de confianza que no era habitual en ella. Conducía de manera agresiva, e iba acelerando cada vez más, hasta que excedió considerablemente el límite permitido.
-Tranquila, sé lo que hago- me dijo con una mueca burlona al notar mis ojos de alarma cuando vi que íbamos a más de 260km/h.
En poco tiempo llegamos a la ciudad. Mi celular volvió a tener señal, y yo por fin me sentía en mi ambiente. A salvo. Estábamos a unos cuantos minutos de llegar a casa.
Eva seguía canturreando esa tonada rara de hacía unas horas, mientras yo dormitaba. Las pesadillas no me abandonaban, monstruos sin rostro se peleaban por mi carne, cada uno intentando devorarme por completo. Abría los ojos a medias, y veía a Eva. ¿Se veían sus ojos más grandes y obscuros de lo normal?
De repente, desperté sobresaltada.
La canción era la misma que había entonado la anciana en el ritual, la noche anterior.
Y entonces, lo recordé. La imagen vino a mí de golpe. ¿Cómo no lo recordé antes?
Pasé saliva con dificultad, y comencé a hablar:
-Eva…-la voz me temblaba- yo vi tu ropa, ensangrentada y desgarrada antes de desmayarme. Antes de encontrarte. Antes de que tú me encontraras. ¿Qué hay de eso?
Ella sonrió, con la expresión de un jugador de ajedrez que ha visto que su rival hace un movimiento interesante. Y su boca se me figuró desproporcionalmente grande por un segundo.
-No lo sé. Esa ropa nos la quitamos, ¿recuerdas? Quizá algún animal la tomó e hizo con ella lo que viste.
Su respuesta sonaba lógica. Pero algo no me gustaba. Sentía un estremecimiento por toda la espina dorsal. Mi sexto sentido me alertaba no bajar la guardia. Los vellos de todo mi cuerpo comenzaron a erizarse.
-De acuerdo. Pero… aún no me dices cómo fue que llegaste tú sola al pueblo. Desnuda. Además parecías conocer bien la zona. Y…
-Angie, ¡por Dios!-me interrumpió- ¿qué son todas esas marañas que traes en la mente? ¿Te encela la idea de que tu niña ande paseando por ahí, sin ropa alguna?-rió, intentando sonar alegre, pero su risa sonaba hueca.
-Es sólo cansancio, amor -continuó-. Anda, bajemos del coche y vayamos a dormir un rato. Estoy segura de que en cuanto despiertes, te sentirás mucho mejor.
Esto último lo dijo en un tono casi de burla. Definitivamente, sus ojos se veían más grandes.
Tomamos nuestras cosas y nos dirigimos a la casa. Eva entró primero, yo me quedé un poco atrás y volteé a ver con nostalgia, la ciudad detrás de mí. Por algún motivo, tenía miedo. Hubiera dado cualquier cosa por no estar a solas con ella. Imaginé a todas las personas viviendo sus vidas despreocupadas, libres. Con temores mundanos. La renta, la escuela de los hijos, el trabajo, la inseguridad… No como yo, que sentía que me introducía en la guarida de un monstruo.
Eva volteó a verme, inclinó un poco su cabeza y me extendió la mano. Con un suspiro de resignación, la cogí apenas de la punta de los dedos y entré.
Esa noche fue la primera de mi tormento.
Hacía ya rato que estábamos acostadas, y yo no lograba conciliar el sueño. El reloj marcaba la medianoche, y me sentía temblorosa, frágil.
De repente, sentí los dedos de Eva recorriéndome la espalda, con intenciones que yo conocía muy bien. Lentamente comenzó a besarme el cuello y a acariciar mis hombros, sentía su aliento en la nuca y en mis oídos, y por alguna razón, me repugnaba. Me parecía oler algo pútrido. Sentí que sus dedos se acercaban sigilosamente hacia mi vientre. Me alejé un poco y apreté los muslos.
-Eva…-murmuré, fingiéndome casi dormida- tengo sueño, cariño…
-¡No!-dijo con violencia al tiempo que me sujetaba fuertemente por las muñecas y me volteaba hasta ponerme boca arriba. Su cuerpo presionaba contra el mío de manera que me lastimaba. Su rostro estaba justo frente a mí. Sus facciones con la escasa luz tomaban un aire perverso. Mi corazón latía aceleradamente, por el terror que la situación me producía. Aflojó un poco la presión de las manos y se encaramó encima de mí un poco más.
-Tenía tantos deseos de que estuviéramos solas… ¿Lo entiendes, preciosa?- No respondí.
Se inclinó sobre mi estómago y dio un profundo respiro, como tratando de llenarse de mi olor.
Comenzó a lamerme despacio, desde el estómago pasando en medio de mis senos y después hacia el cuello, para terminar en mis mejillas.
Cuando vi su cara nuevamente, no pude reprimir un grito ahogado de angustia. ¡Su lengua! Era muy larga, de una tonalidad negruzca con manchas rosáceas.
Lanzó una carcajada, echando la cabeza un poco hacia atrás, después me sujetó con fuerza y me mordió en el hombro. Sentía mi sangre mezclada con su saliva fluir hacia la cama, manando en abundancia, y un dolor que me paralizó todo el costado izquierdo.
Quise gritar, pero Eva cubrió mi boca y mi nariz con su mano. Comencé a llorar y a sentir que me ahogaba, intentaba jalar aire con desesperación, pero ella era demasiado fuerte. Estaba completamente encima de mí, entretenida en causarme el mayor dolor posible.
Sentía su cuerpo sudoroso restregarse contra el mío. Y el asco me hacía seguir luchando.
Poco a poco, al dejar de recibir oxígeno, comencé a perder la conciencia. Me sentía morir. Mi llanto continuaba, silencioso, y mis pulmones estallaban, implorando un poco de aire. Me sentía débil y casi no noté cuando Eva se quitó de encima de mí. La escuché salir a la calle, e intenté levantarme, ¡huir!… pero el cuerpo no me respondía. Sencillamente estaba demasiado aterrada y exhausta, por no mencionar el lacerante ardor que me destrozaba el hombro.
Después de unos minutos, Eva regresó. Lo último que escuché fue el sonido de sus dientes masticando algo, que no quise saber que sería, y después, nuevamente la obscuridad absoluta.
FIN.
 
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