Un sucubo

shinhy_flakes

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Miron
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Esta historia no es mía. De hecho, estoy violando la privacidad de un muy estimado amigo y estoy rompiendo un voto de silencio al contarla, por lo que espero que él y su familia me perdonen. No lo hago con mala intención: no quiero lucro o ensuciar un buen nombre. Es sólo que siento que ésta debe ser contada, debe circular y todos deben saber qué pasó. Ya que en estas épocas es una problemática real que está afectando a todas las culturas (no sólo a la juarense), que se han ocupado de transgredir la palabra más poderosa del planeta y distorsionarla en su totalidad, quitándole casi todo su significado: el amor.

Muy pocas personas en este mundo, casi un porcentaje inexistente, saben lo que es en verdad el amor; creo que estarían de acuerdo conmigo cuando digo que el amor es algo que se debe trabajar, en lo que se debe invertir mucho tiempo y esfuerzo. Es como construir un edificio: uno no simplemente dice "oh, quisiera un edificio ahí" y al siguiente día, BOOM, ahí está, perfecto y listo para ser habitado. Uno tiene que poner buenos cimientos, alzarlo bloque por bloque, cuidar que no vaya hueco, adornarlo, hacerlo bello, y uno no puede hacerlo solo. Cuando esté terminado, lo contemplará y verá que es bueno. Yo he sabido de personas en su lecho de muerte, ya ancianos y cansados, que miran a la persona con la cual se casaron, con la cual tuvieron hijos y compartieron su vida, y dicen: "oh, entonces esto es el amor".

Yo mismo puedo atestiguar que alguna vez intenté amar de verdad, y fue tan terrible, tan doloroso, que desde entonces he temido al amor, he respetado su poder, y ninguna de las pocas mujeres con las que he salido me podrá acusar de haberlo mencionado.

Se podría decir que aprendí a la mala. Pero el amigo al que le pertenece esta historia aprendió a la PEOR.

Todo comenzó después de una fiesta a la que él y yo fuimos juntos pero de la cual salimos solos. A mí me llevaron a mi casa unos vecinos de la cuadra, pero él se desapareció a la mitad de la fiesta y no lo volví a ver sino hasta el siguiente día. Como sea, ya no era él mismo: regularmente era risueño, bromista, atractivo a su propia loca manera; ahora era sombrío, distraído, como si estuviera inquieto.

Los días que le siguieron, faltaba a clases, le salieron ojeras enormes bajo los ojos rojos, se puso más delgado de lo que ya era, y no importaba cuanto se lo preguntara, siempre decía que estaba bien. Yo comencé a temer que hubiera descubierto "drogas" algo horrible en esa fiesta, así que fui a hablar con sus padres (a quienes también conozco y me conocen y nos respetamos mucho) para preguntarles. En su casa, el predicamento era el mismo, según me contó su madre. Me dijo que él apenas si comía, que por las noches lo escuchaba deambular por la casa y que pasaba en su cuarto la mayor parte del tiempo, sin hacer ruido. Me dijo que tenía la sospecha de que por las noches, salía a escondidas.

Entonces llegó él y, al vernos a su madre y a mí hablando de él, me llevó a su cuarto y me reprendió diciéndome que yo no era nadie para venir a conspirar en su contra, que si tenía una duda que la hablara con él en persona. Él es uno de mis mejores amigos, así que yo respeté que me dijera esto y lo acepté, pero también le dije que sabía que algo andaba mal y que podía decirme la verdad a mí.

Así que me habló de ella. La razón por la que no lo volví a ver en toda la fiesta.

Me dijo que esa noche se había puesto ebrio antes de la mitad de la fiesta y que había ido a un autoservicio cercano por una cajetilla de cigarros. Al ir volviendo, pasó cerca de un viejo edificio abandonado, que solía ser un supermercado y que le pareció ver algo en una ventana del segundo piso. Se detuvo a ver mejor, y notó que era una mujer sin camiseta ni sostén, y que al verlo se apartó rápidamente a la penumbra. Mi amigo es racional (incluso ebrio, quizá incluso más que en sus cinco sentidos), y lo primero que se le ocurrió fue que la acababan de violar y que estaba asustada de salir. Corrió hacia la entrada del edificio y, ayudado con la luz de su celular, encontró las escaleras al segundo piso. Se acercó a donde la había visto, llamándola, asegurándole que quería ayudarla. Todo el piso estaba en silencio, ella no estaba. Supuso que era natural que ella no quisiera salir de donde estuviera oculta, si es que acababa de pasarle lo que él creía. Aun así, se sintió responsable de ayudarla, por lo que dejó su sudadera y su teléfono celular en el suelo y dijo que saldría del edificio para que ella pudiera ponerse la prenda y hacer una llamada, que le gritaría cuando estuviera afuera para que viera que era cierto. Repitió que sólo quería ayudar.


Apenas comenzaba a retroceder para hallar su camino de regreso al primer piso cuando la luz de su celular lo iluminó. Él se protegió los ojos del flash. Entonces el celular se deslizó por el piso hasta sus pies. Lo recogió y lo volvió a encender para descubrirla ahí parada frente a él, apenas cubierta por el suéter, cabizbaja y temblando, asustada y tímida (rasgo que lo volvía loco, así como a mí me volvía loco una mujer atrevida). La describió como joven pelirroja de aproximadamente 21 años, ojos cafés, piel clara, labios carnosos, uno setenta de estatura (diez centímetros menos que él; diez más que yo), complexión delgada, busto grande, caderas anchas y aparentemente la mujer más sensual que jamás hubiera visto.

Él descubrió que quería abrazarla y decirle que todo estaría bien, aunque sabía que no era el lugar ni el momento. Lo correcto era sacarla de ese edificio y llamar a la policía, pero por más que se lo repetía no podía moverse, no quería dejar de mirarla. Puso su mano en la mejilla de la chica e hizo que alzara la cara hacia él, y cuando sus ojos se encontraron, me dijo que casi pierde el equilibrio. Y cuando ella le sonrió, me dijo que lo hizo sentir débil, que no lo pudo evitar. Dejó que su mano, la que no sostenía el celular, se deslizara lentamente hacia el suéter y se lo arrebataran a la muchacha, que no puso ninguna clase de resistencia. Al mirarla de cuerpo entero, se echaron a andar todos sus más oscuros deseos y fantasías como nunca antes había pasado con ninguna de sus anteriores parejas sexuales. Hizo una mueca y se maldijo por haberse distraído al observar la pantalla de su celular frente a él. Dijo que le llamó la atención que, según la pantalla de su cámara, no había nada frente a él; tan solo estaba su mano con su suéter, y en cuanto vio esto, sintió todo el peso de su prenda colgándole del brazo, pues la chica se había esfumado.

Dijo que en ese momento se había asustado tanto que había corrido hasta la salida del edificio y que no fueron sino las náuseas lo que lo detuvieron ya estando afuera. Se torció a vomitar todo el licor que traía encima. Y que cuando estaba a punto de limpiarse la boca con su suéter, su fragancia atrapó su nariz; toda su tela estaba impregnada de un olor dulce y fresco, como a lilas. Lo apretó a su nariz para inhalarlo…, y que era todo lo que recordaba de esa noche.

Me dijo que despertó el día siguiente en su cuarto, con una resaca y sin saber ni cómo había llegado hasta ahí. Se levantó y se acercó a la ventana, y mientras él hacía esto, yo me fijaba en su laptop, en la que había una extraña página abierta llena de signos y pentagramas, típica del buscador Tor, llamada “LA PURGA”.

Mi amigo abrió las cortinas para dejar ver una bella flor blanca, parecida a un tulipán recién cortado, que estaba en un pequeño frasco con agua. Me dijo que la había encontrado al pie de su puerta, cuando salió de casa para ir a la escuela.

“Mi madre entra y sale por esa puerta como diez veces antes de que yo me levante; cientos de personas caminan frente a esa puerta por las mañanas; ¿cómo es que nadie la pisó o la recogió?”. Preguntó. Yo no le supe responder.

Me dijo que era la misma fragancia que ella había dejado en su suéter, que esta flor se la había dejado ella a forma de obsequio esa noche, como una ofrenda de amor. Estaba como nueva; no se notaba que tuviera más de un día.

En este punto tuve que interrumpirlo para hacerle muchas preguntas, como por ejemplo si alguien había puesto algo en su bebida esa noche, o si sabía de alguien que le quisiera jugar una broma. No tenía duda de que él hubiera sido honesto con respecto a lo que vio, pues siempre tuvo mi confianza: nunca me había mentido antes, y no había necesidad de que inventara una historia tan erótica para mí, pues yo sabía con qué chicas salía y lo que hacía con ellas. Pero lo que me acababa de contar era demasiado extraño para creer que hubiera pasado de verdad.

Esto hizo que él se molestara porque pensaba que yo no le había creído y que se pusiera en un plan imposible. Yo traté de razonar con él; le dije quería oler su suéter para ver si era la misma fragancia de la flor, pero él se puso nervioso y me dijo que el suéter ya lo había lavado y que no podía dejarme oler la flor. Le pregunté por qué y él me dijo que nadie más debía oler la flor y que debía permanecer en su ventana en un frasco de agua en todo momento. Al preguntarle que quién le había dicho eso, él se volvió a poner nervioso y agresivo y me dijo que alguien que sí le creía y que no vendría a acusarlo con sus padres, y no importó cuánto tiempo más me pasé queriendo razonar, de ese plan ya no lo saqué; para él, yo ya no era seguro.

Terminé enfadándome y salí de su casa. No me explicaba cómo alguien tan ateo y racional como lo era mi amigo podía creer en su propia historia sin cuestionarse. Aunque también me llamó la atención escucharlo hablar de esa alucinación en el edificio y de ese “alguien” que le había dicho que hacer con la flor que supuestamente ella le había obsequiado. Afortunadamente, yo sabía bien donde encontraría respuestas, por lo que lo primero que hice cuando llegué a casa fue encender mi computadora, descargar Tor para navegar en la Deep Web y buscar la página que él tenía abierta: LA PURGA.

La cosa estaba peor de lo que yo creí. Se trataba de una página de temas relacionados al ocultismo, misticismo y adoración al diablo. La verdad es que no tardé mucho buscando antes de dar con un tema de un usuario que se aseguraba haberse encontrado con una mujer desnuda en un edificio abandonado durante una fiesta, pues a juzgar por los comentarios y los likes, era uno de los temas más populares. Pero me desconcertó leer muchas cosas que mi amigo no me había contado a mí (y dudo que me hubiera contado). Los usuarios regulares le dijeron que, si quería ayuda, tenía que decirlo todo en relación a esa mujer, y él escribió que una noche después de la fiesta había ido a visitarlo. Que él pensó que era un sueño, por lo que no hizo más que disfrutarlo. Ella estaba sobre él, desnuda y excitada, y cuando él la sintió, se giró para ponerse sobre ella y aceleró el ritmo, bebiendo de su cuello aquella esencia de la flor mientras le hacía el amor. Dijo que la sensación de tenerla fue tan preponderantemente real que lo hizo sospechar que eso no era un sueño, y en ese momento se dio cuenta de que no lo era, o ya habría despertado, y sólo entonces ella se desvaneció entre las sábanas, dejándolo ahí, con una enorme erección, tirándose un colchón.

Se describió a sí mismo como patético, diciendo "no, no, no" una y otra vez, buscándola entre los edredones, bajo la cama. Dijo que desde entonces no había descansado: que llevaba días buscándola por todas partes. Que había ido al mismo edificio abandonado tres o cuatro veces llamándola. Entonces ellos le aconsejaron lo de la flor y que se mantuviera en contacto exclusivamente por esa página para que ellos pudieran ayudarle a reunirse con ella, pero que lo mantuviera en secreto.

"Lo que viste es un súcubo", le explicó un usuario que parecía una especie de superior de ese blog. "Es un espíritu maligno que pudo haberte absorbido la vida de haberlo querido. El hecho de que sigas vivo significa que puedes tenerla, pero sólo con el debido procedimiento".

Mi amigo dijo que haría lo que sea, que estaba dispuesto a lo que fuera por ella. Ese fue el último mensaje que había en la página, yo había llegado a tiempo para ser testigo desde el principio de la jornada de dolor que le esperaba a mi amigo.

Le sugirieron que fuera a ese de noche a ese edificio con su flor, ceda de velas e hiciera una especie de ritual con un pentagrama, signo de la diosa del amor, y una ofrenda digna de una diosa. Nuca supe de qué ofrenda estaban hablando, pero algo me dice que mi amigo terminó sacrificando un gato. Ya a estas alturas, yo estaba considerando delatarlo con sus padres, pero no quería ser esa clase de amigo. Traté de restablecer comunicación con él, invitarlo a fiestas, presentarle amigas, volver a fortalecer nuestros lazos, recordarle que el mundo espiritual no tenía nada que el mundo real no tuviera. Pero él no quería escuchar.

Seguí monitoreando la página. Publicó que el ritual no había dado resultado, porque no la había vuelto a ver y se estaba desesperando, pero ellos lo reprendieron diciéndole que ese era un rasgo inaceptable para cualquiera que quisiera contactar con los muertos, ya que algunos tardaban años antes de poder comunicarse con los demonios. No podía creer cómo le estaban lavando la cabeza a mi amigo y él ni cuenta se estaba dando.

Le sugirieron muchas cosas a lo largo de las siguientes semanas, aunque todas eran una variación de lo mismo (pentagramas, velas, sacrificios, lecturas ocultas). Que intentara con sangre de cordero, que intentara con gotas de su propia sangre para que ella viera su honestidad, que intentara con velas negras de occidente, que llevara incienso, que lo intentara de nuevo, pero que esta vez se quedara toda la noche velando. Me sentí tentado a ir a asegurarme de que estuviera bien en ese edificio, pero sentía tanto miedo de lo que encontraría.

Tras unos días, me sorprendió lo que escribió:

"La he visto. Hice lo que me dijeron: pinté el pentagrama, prendí las velas, hice el sacrificio, fui paciente y me quedé toda la noche velando. A las cuatro de la madrugada, tomé un cuaderno y me puse a hacer un bosquejo de ella recostada a lápiz. Y cuando llevaba más de la mitad del dibujo, miré frente a mí y ahí estaba ella en la misma pose en la que la estaba dibujando. Al verla, solté el cuaderno y fui hacia ella, pero se desvaneció en el aire, dejándome solo de nuevo. ¿Qué hago ahora?".

Ellos le aconsejaron que tratara de hacer lo mismo en su casa, en un lugar donde la pudiera arrinconar, pero que no se le acercara demasiado rápido, pues era demasiado tímida y se iría si él era brusco. Dos días después volvió a escribir:

"Esta vez casi lo consigo. Hice dos o tres bosquejos de ella en distintos poses antes de que comenzara a aparecérseme. Siempre traté de atraparla, pero ella desaparecía. ¿Qué hago? ¿Por qué no me deja tocarla? ¿Por qué no me deja estar con ella?"

Todo alcanzó proporciones inimaginables y yo decidí que ya era suficiente. Ya no lo veía en la escuela, se había desatendido por completo. Tan solo lo veía en la calle, cuando venía de alguna de esas tiendas extrañas que frecuentaba, donde vendían rituales satánicos u objetos de culto. Estaba delgado, casi escuálido, rayando en lo ridículo. El tipo atractivo y divertido se había perdido por completo; se le veía enfermo y débil, y para colmo, tenía cortadas enormes en las palmas de la mano.

No podía permitir que siguiera con esto, por lo que lo confronté y le dije que sabía todo lo que estaba haciendo para invocar a la mujer desnuda (aunque no le dije cómo lo había descubierto) y que si no desistía hablaría con sus padres. Él intentó atacarme, pero en ese estado no podría vencer ni a una mosca. Me acusó de no tener ni la menor idea de lo que era el amor, y de lo que se tenía que sacrificar para obtenerlo. Yo, como todo buen católico, traté de hablarle del amor que conocía, que es querer lo mejor para una persona. Le dije que si ella, real o no, lo amara, habría aparecido desde que él comenzó a hacerse daño para llamar su atención.

"El amor es cosa de vivos", eso le dije.

Él me disuadió de hablar con sus padres diciéndome que había entendido, que yo estaba en lo cierto. Me dijo que olvidaría todo el asunto, pero que le diera tiempo, que tenía que dejarlo de lado a su manera. Quizá fue el dolor que vi en sus ojos lo que me convenció, pero eso no me contuvo de volver a revisar la página para ver si era cierto. Él había publicado otro mensaje esa tarde.

"Hoy, después de un día de ayuno, de otra ofrenda de sangre y una noche en vela, se me apareció una vez más, ¡por fin!, mientras hacía un trazo de ella sentada en mi cama cruzando la pierna. Estaba envuelta en mis sábanas, sonriéndome, y siguió posando para que yo pudiera terminar mi dibujo. Esta vez, vi algo entre sus cabellos parecido a alas largas: se veía como un angel. Fui paciente, no me apresuré; al terminar, solté mis cosas con mucho cuidado y fui de rodillas hacia ella, suplicándole, rogándole. Se dispuso a desaparecer, pero yo alcancé a sujetarle un tobillo. Y esta vez no desapareció, se quedó quieta. Yo me arrastré como un gusano hasta su pié sin dejar de suplicarle, de rezarle. Lo tomé entre mis manos, logre besarlo, acariciarlo con toda mi cara, impregnarme de esa esencia. Seguí besándole el pie, luego el chamorro, y seguí subiendo; pero cuando llegué a la rodilla, ella se fue. Ya no sé qué hacer, ya no puedo más! Y por si fuera poco, alguien se dio cuenta de lo que estoy haciendo y está pisándome los talones. ¿Qué puedo hacer para estar con ella ya?"

Entonces los usuarios de la página le propusieron esto:

"Es una señal de que tus esfuerzos te están acercando a ella. Pero debes entender que tú eres un ser corpóreo tratando de amar a un ser fuera de nuestro plano. Aunque su amor es fuerte, no pueden vencer esa separación. Quizá a ella le cuesta más estar ante ti de lo que a ti te está costando. Debes entender que ya es hora de que tú te arriesgues al máximo sacrificio por ella".

Entonces decidí que era el momento preciso para romper el silencio y hablar con sus padres. Les conté todo lo que sabía, desde la fiesta hasta los mensajes de la Deep Web. Les dije que su hijo corría un terrible peligro. Cuando él llegó, sus padres y yo ya lo estábamos esperando. Su padre estaba furioso y su madre estaba muy afligida por su comportamiento, y yo que sólo quería hacer lo correcto, estaba ahí, sintiéndome como un maldito soplón. No abrí la boca durante todo el regaño, pero tampoco me fui, pues tenía que dar la cara. Sé que él me estaba viendo furioso mientras su padre le quitaba la computadora y le decía que lo enviaría con un psicólogo para sacarle esa absurda idea de la cabeza tan pronto como fuera posible. Estaría confinado en su habitación hasta que hablara con alguien al respecto. Fui escoltado a la salida por su madre y me despedí. Al estar alejándome de su casa, alcancé a ver la flor en su ventana. Increíblemente ésta seguía fresca y hermosa.

Esa noche, yo no pude encontrar reposo por lo que había hecho. No dejaba de decirme que sólo quería el bienestar de mi amigo, pero nunca había cruzado esa línea. Nunca dejé de preguntarme si hice lo correcto.

Él se suicidó unas horas después. Consiguió escaparse de su casa esa misma noche, fue hasta el edificio abandonado, hizo el ritual y se atravesó la garganta con una daga oxidada. Murió desangrado en el centro de un pentagrama negro, poniéndole punto final a su existencia y aclarando por qué lo había hecho de lleno.

Dejó una última nota en la página de la PURGA: "Esta noche, iré a ella". Y todos los usuarios lo saludaron con respeto. El que más le había ayudado en esos últimos días, le dejó una respuesta: "La muerte es la vida de los elegidos".

El dolor que sus padres sintieron fue inmenso. Se callaron lo que yo les había dicho y tajantemente declararon que su hijo había sido asesinado por una secta satánica; esto con doble fin: de que la policía iniciara una investigación de este sitio y que su hijo pudiera tener una sagrada sepultura, digna de un buen ateo de padres cristianos. Me hicieron prometer que jamás diría una palabra sobre el suicidio de su hijo, y yo no tuve más que aceptar. Su asesinato fue una noticia muy famosa. Se propagó en la tele, en la radio y en la internet; hasta se organizó una marcha estudiantil para exigir a las autoridades justicia por el compañero asesinado tan brutalmente. Sus padres comenzaron a temer que el caso creciera a tal magnitud que tuvieran que revelar la verdad; pero, como siempre, la gente se desatendió ante la promesa de las autoridades de que estaban trabajando en el caso.

Los usuarios de la página la hackearon para borrar todo vínculo con el caso; supongo que lo hicieron porque efectivamente, así como los padres del difunto y yo lo creíamos, aunque ellos no lo habían matado con sus manos, si compadecieran ante la justicia se les podría encontrar culpables de asesinato por negligencia.

Durante el velorio, yo encontré espacio para subir a su dormitorio y anduve de un lado a otro, viendo los vestigios de lo que fue su vida el último mes. Encontré un dibujo casi artístico de la mujer en su cabeza escondido bajo su cama, lo que me activó la curiosidad. Busqué en su ropero y encontré el suéter que había llevado puesto a la fiesta; tras dudar un momento, me lo acerqué a la nariz e inhalé: la fragancia era tal y como él la había descrito.


Fui a la ventana donde él tenía su flor blanca. No pude evitar un nudo en la garganta al verla toda marchita y sin aroma. Su perfección se había disipado con la vida de mi amigo. Yo la tomé entre mis manos, me senté en la orilla de su cama y lloré por quien tenía un gran futuro y lo dejó todo de lado por una posibilidad nimia.

Llevé la flor al sepulcro y la arrojé al ataúd antes de que lo cubrieran de tierra.

"¿Valió la pena?", le pregunté en mi mente. "¿Siquiera estás ahora con ella, con el amor que te costó la vida?"

En ese momento de verdad lo quería saber, quería creer que su sacrificio no había sido en vano. Como sea, obtuve mi respuesta esa misma noche.

Había comenzado a llover y yo estaba demasiado pensativo como para conciliar el sueño. Como mi madre estaba ya dormida, tomé un cigarro y salí al umbral de la puerta a fumármelo. Pero antes de poder terminarlo, mi nariz inhaló una esencia familiar. Lentamente bajé la mirada al primer peldaño del porche de mi casa para descubrir una bella flor blanca recién cortada. Me acerqué a levantarla, y descubrí que justo frente a mi casa, del otro lado de la carretera, sentada en la banqueta bajo una farola de alumbrado público, empapada por la lluvia, estaba ella cruzada de piernas, la misma mujer del dibujo de mi amigo. Me estaba viendo, con una sonrisa atrevida en la comisura de los labios y ojos lujuriosos. Y no pude evitar sentirme fuertemente atraído. Era más perfecta de lo que cualquier dibujo jamás podría. Aparté la flor y la pateé fuera de mi porche; entré a la casa apresuradamente, cerré con llave y puse las cortinas de las ventanas. Arrimé el sofacama de la sala bajo una pintura de la Virgen María que teníamos adornada con focos verdes. Recé tres Padres Nuestros antes de poder tranquilizarme.

Hubiera podido vivir pensando que el sacrificio de mi amigo no había sido en vano, pero esto no era un cuento de hadas. La mujer que lo abordó ni siquiera se había inmutado con su sacrificio, quizá ya hasta lo había olvidado.

Nunca más la volví a ver. Al día siguiente, la flor seguía ahí, pero estaba pisoteada y maltratada, deshecha por todos los desatendidos peatones que habían circulado toda la mañana por la banqueta. Yo la tomé y la quemé con mi encendedor, aunque pienso que estuvo de más: creo que bastó que la alejara de mi casa para que la mujer viera que no estaba interesado y se largara. Supongo que trataba inútilmente de destruirla a ella, pero supongo que no estaba atada a la existencia de esas flores o se habría terminado cuando la que mi amigo tenía se marchitó.

Finalmente, creo que esta historia, que parece completamente irreal, tiene una moraleja muy real. Lo que yo creo, lo que pienso de todo esto es... Está bien morir por amor. Más que bien, es grande, es el máximo sacrificio que alguien puede ofrecer.

Como sea, morir por amor y morir por una mujer (o un hombre) no necesariamente significan lo mismo. Morir por una mujer que no te ama podría llegar a ser lo más tonto que uno podría hacer. Él dio la vida por ella y esta mujer consumió a mi amigo sin ningún remordimiento porque era lo que ella hacía. No tenía un corazón que compartir con él, no tenía amor que dar. En el mejor de los casos, lo único que quería era recordar; en el peor de los casos, lo único que deseaba era verlo sufrir, torturarlo y consumir su vida para finalmente llevarlo a la locura y acarrearle a la muerte.

Así que si alguna vez encuentran una flor blanca frente a su puerta, parecida a un tulipán de aroma dulce y fresco, espero que recuerden mis palabras: NO HAY AMOR ENTRE VIVOS Y MUERTOS (ya sean demonios o fantasmas o cosa parecida). Los vivos pueden amar el recuerdo de los muertos así como los muertos aman el recuerdo de los vivos, sin importar lo que escuchen, sin importar lo que les haga creer. No busquen ayuda para que esto sea posible, pues siempre hay alguien dispuesto a ver como destruyen su propia vida. Lo mejor que pueden hacer por ustedes mismos es arrojarla lejos de su hogar tan pronto como puedan, antes de que comiencen a creer cosas que no son.

Y nunca olviden que el amor, invariablemente, es de dos. Si olvidan esto, les tocará sufrir.
 
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