La forma de la pesadilla: Capítulo 10

shinhy_flakes

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Sección 10: El Nuevo Devorador​

El Gran Devorador, la temida langosta estelar, había hecho incursiones masivas en la galaxia, incluso para el M41, arrebatando racimos enteros de mundos en sus miles de millones de mandíbulas, digiriéndolos, mientras sus defensores desesperados gritaban en desafío.
Muchos fueron los intentos de un Inquisidor, Kryptmann, de eliminar a este hórrido enjambre, el cual se precipitaba desde más allá del vacío intergaláctico. Virus, tormentas de fuego, bombas de plaga, Exterminatus. Todas estas maniobras arteras y odiosas fracasaron. La bestia era demasiado adaptativa, también ferozmente imparable. Por fin, en las últimas décadas del cuadragésimo primer milenio, empleó su estratagema final.
Los Tiránidos, la gran plaga, fue dirigida hacia la única raza en la galaxia que era tan virulenta como ella misma: los Orkos. Se sembraron Genestealers sobre los mundos del Gran Imperio Orko de Octarius, atrayendo al Gran Devorador, como una polilla ante un horno ardiente. La guerra era insumergible. Así como los Tiránidos inundaban los mundos con sus guerreros, los Orkos lucharon más feroces, cada vez más fuertes en el crisol de la guerra, y atrayendo a más de sus miembros para ello, vía la fuerza invisible psíquica que todos los Orkos comparten. Mientras los números aumentaban, los Tiránidos festejaban sobre esta biomasa mayor, y ellos también crecieron y se hicieron fuertes por la continua guerra. Ambas partes llevaron al contrario a cada vez mayores hazañas, y cada día se hacían más numerosos. Los mundos de Octarius se convirtieron en infiernos retorcidos, esporas orkoides y maquinarias enroscándose y compitiendo contra vastas espiras de huesos y quitina, y vides reptantes de malicia semi-orgánica. Mientras la muerte se establecía, los cuerpos cubrían los mundos, expandiéndose sobre la inmensa superficie de cada uno a tamaños sin precedentes. Mundos colapsaban bajo la presión de demasiados cuerpos y estructuras, pero incluso los campos de peñascos colapsados se enlazaban entre sí por tentáculos viscosos, y máquinas combatientes. Piedroz y Pezioz llegaban desde la Disformidad a través de la galaxia, acompañados por flotas de incontables Orkos.
Por un breve momento, las cosas parecían mejorar en el universo. Los mundos ocupados por Orkos en la galaxia repentinamente comenzaban a despoblarse, pues casi todo orkoide en existencia era atraído hacia la vorágine agitación del Imperio de Octarius. El Imperio y otros alienígenas se desplazaron hacia estos mundos vacantes, y casi parecía como si el Imperio no estuviera condenado después de todo.
Esta vana esperanza estaba fuera de lugar. Pues, así como los Tiránidos y los Orkos se encontraban en esta guerra, cada uno de estos ecosistemas rivales, tan virulentos y profundos en sus habilidades de terraformación, comenzaron a subvertir al otro, a nivel biológico. Las esporas Orkas mutaron, para infestar Tiránidos. Los Tiránidos infestaban Orkos con huevos de Genestealer y parásitos. Las esporas tiránidas y orkas luchaban una a una, de igual forma que los Cárnifexes y bio-titanes luchaban contra gargantes y Pizoteadorez, en esta épica guerra de nunca acabar.
Nadie sabe a ciencia cierta cuándo sucedió, pero el Nuevo Devorador no se hizo esperar a la acción. Creó una especie, a partir de Tiránidos y Orkos, pero realmente de ninguno, la cual se volvió contra ambos, desgarrándolos de su biomasa, para crear su propio Enjambre-¡Waaagh!. Las criaturas creadas parecían ser musculosas, grandes y cubiertas de horrendos apéndices y armas. Naves enjambre, cubiertas de maquinaria orkoide, se fusionaron con la biología de los Orkos, y se mezclaron con los biomorfos hiper-evolucionados de los Tiránidos, y se esparcieron desde el sistema de Octarius. Los Orkos fueron superados por esta nueva fuerza. Las tropas del Nuevo Devorador eran inmensas, más altas que casi todos los Orkos, y más rápidas que cualquiera de ellos. Las esporas reproductivas de los Orkos fueron subvertidas, y estos monstruos se reproducían a una tasa terriblemente rápida, con monstruos brotando de la tierra a las pocas horas de haber sido sembrados por cada bestia del Nuevo Devorador. Cada una podía producir una progenie de hasta mil individuos por día, cada batalla lista en ese mismo espacio de tiempo. La habilidad regenerativa de Tiránidos y Orkos también fue sobrepasada y retorcida más allá de la comprensión, hasta que las heridas sanaban incluso antes que la hoja o el arma terminara de ocasionarlas a estas bestias. No podían ser eliminados, no podían ser detenidos. El inherente conocimiento orkoide de la tecnología les permitió fusionar ésta con bio-tecnología, creando monstruos semi-mecánicos más allá de las pesadillas más salvajes de incluso el más intelectual de los Mekánikoz.
De forma similar, los Tiránidos no podían derrotar al Nuevo Devorador. Incluso cuando una Flota Enjambre consumía especímenes del Nuevo Devorador, la nave enjambre que absorbía la biomasa era luego corrompida, y se hacía parte de esta nueva y floreciente red psíquica del nuevo terror. La Mente Enjambre, como un oso retirando su garra del fuego, retiró a sus flotas sobrevivientes de la Vía Láctea. La vasta mayoría de la raza Tiránida yace ahora más allá de la galaxia. Sin embargo, en cierto nivel, la titánica consciencia de la Mente Enjambre se dio cuenta que no podía consumir a lo que sea que fuera esa horripilancia nacida en nuestra galaxia. Así, los Tiránidos se fueron, buscando otras galaxias, llenas de vida.
Los Orkos, incapaces de sentir miedo o pesar, simplemente decidieron seguir luchando. Después de todo, era la única cosa orkoide que se podía hacer. Wazdakka lanzó un ataque sorpresa, en lo profundo del corazón del Nuevo Devorador, cargando desde su casi completa super-autopista disforme. Lideró una gloriosa carga, llevando a casi un cuadrillón de Orkos en la mayor batalla en la historia de toda la galaxia. Se dirigieron directo al corazón de la red física y psíquica del Nuevo Devorador. Un trillón de Chikoz rugientes, que estremecían el aire y derretían el bronce, tal era su volumen e intensidad. Los Gargantes y Titanez Orkos disparaban constantemente, el aire coloreándose literalmente de naranjo por fuego y descargas constantes de armas. Se lanzaron cohetes y soltaron bombas en el orden de billones, vaporizando todo contra lo que se estamparan. Kruzeroz y Pezioz apisonaban naves enjambre del Nuevo Devorador, sus pilotos gritando ¡WAAAAAGGH! por siempre, antes de cargar con sus propias naves, para luchar cuerpo a cuerpo contra sus enemigos en el mismo espacio.
No fue suficiente. Los Orkos no pudieron matar al Nuevo Devorador. Nada podía, ciertamente. El Nuevo Devorador asesinó a cada Orko que le atacó, antes de dispersarse, y buscar a cada Orko restante, quienes sin importarles nada, luchaban, riéndose jolgoriosos mientras combatían contra el enjambre. Sin embargo, se dice que los Orkos odiaban a este enemigo, llamándolos “¡Cheetaz!” y “Bichoz krezidoz y feoz”. En contraste, el Nuevo Devorador no poseía lenguaje para sus enemigos, más allá de los interminables y profundos bramidos de las Hiper-Bestias (la forma de bestia de tierra más común vista del Nuevo Devorador). Los Orkos, desafiantes y bulliciosos, murieron casi por completo.
Solo un ¡Waaagh! parece sobrevivir a la acometida, liderado por un Orko con una herida de bólter en su cabeza. Él afirma haber escuchado a Waaaghraz Gharr, un ser que este Kaudillo clama es ‘el padre de Gorko y Morko’. Este aparente dios, le ordenó al líder Orko que fuera hasta ‘la red ezkondida de loz orejotaz Eldar’ y ‘ezperara máz intrukzionez’. Nadie sabe qué le ocurrió a este ¡Waaagh!.
Por supuesto, el Nuevo Devorador no se detuvo con los Orkos. Durante los primeros siglos del M42, esta hórrida plaga se esparció por toda la galaxia, conducida por cierta clase de campo ¡Waaagh! corrupto, y la total imperativa de la red sináptica del Nuevo Devorador. Los bloqueos Imperiales fueron inútiles. Los diplomáticos Tau fueron asesinados. Incursiones navales enteras fueron echadas a un lado. Capítulos completos de Marines Espaciales fueron consumidos, por flotas titánicas y naves enjambre bio-mecánicas. Al menos la mitad de los Mundos Astronave Eldar fueron aplastados y absorbidos; sus flotas, sus recuerdos, sus esperanzas, todo anulado. Civilizaciones alienígenas enteras fueron extinguidas o destrozadas, y millones de mundos fueron completamente purgados. Se estima que casi la mitad de la vida en la galaxia murió en esos pocos cientos de años.
La única defensa contra el Nuevo Devorador era arrancar de él, o esquivarlo. La única cosa que no podían llevar a cabo como los Tiránidos, era la Sombra en la Disformidad. No poseían una. Los mundos recibieron suficientes alertas, y las flotas podían, en respuesta, movilizarse rápidamente. Aunque era fácil de evadir, era, sin embargo, imparable. De hecho, la historia de la Segunda Era de los Conflictos podría haber terminado aquí, si es que algo más allá de nuestra galaxia no hubiera distraído al Nuevo Devorador. Algo estaba pasando, lejos de la Vía Láctea, y los afilados sentidos psíquicos del Nuevo Devorador lo detectaron. Algo cambiante, profundo en el más allá. El Nuevo Devorador abandonó la galaxia completamente, al cabo de tres años, no dejando ningún rastro detrás. Iban a luchar contra algo… más grande. Algo… diferente. Sea lo que sea, es un completo misterio para los moradores de esta galaxia. La única pista proviene de una astróloga, que vivía en el Imperio de Ophelia. Ella dirigió sus lentes hacia una galaxia distante, llamada Archos Vosh, por su padre. Ella notó cómo, lentamente, incluso mientras observaba, la luz de esa galaxia disminuía. Hasta ahora, ningún erudito, de ninguna raza, puede explicar esto. De hecho, muchos no desean hacerlo.
Por supuesto, esta lucha es irrelevante para nosotros, pues significa que la galaxia, una vez más, se las arregló para sobrevivir a la aniquilación total. Esta galaxia post-Devorador, como hemos visto en secciones anteriores, era un reino destripado, herido y enfermo. La galaxia se convirtió en una herida supurante de guerra civil, brutalidad, asesinato, genocidio, ignorancia y odio. Se vivía solo para causar miseria, pues cada raza hacía sufrir a todas las demás. La vida era horrendamente terrible en esos tiempos. Pero al menos era, en efecto, vida. En un universo tan cruel como este, uno debe estar agradecido de estas pequeñas misericordias, no importa qué tan amargas sean…
 
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